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El Catoblepas: el ser que mira hacia la tierra

El Catoblepas es una criatura cuya ambigüedad descriptiva e interpretativa la ha llevado a ser una de las grandes criaturas desconocidas. Con cuerpo de vaca y una pesada cabeza de cerdo, este cuadrúpedo tiene unas connotaciones letales, pues su mirada petrifica a aquel que se le acerque, al igual que el basilisco. Su nombre significa “mirar hacia abajo”, rasgo caracterizador del animal. En la Antigüedad fue citado desde Plinio el Viejo hasta Claudio Eliano, pasando por autores como Ateneo o Pomponio Mela:

«Junto a ésta se encuentra una fiera llamada catoblepas, de tamaño mediano y débil en todos sus miembros, salvo en la cabeza, muy pesada, y a la que sostiene con dificultad —la lleva siempre humillada hacia tierra—; de otra forma es la perdición de la especie humana, ya que todos los que han visto sus ojos han expirado instantáneamente» (Plinio el Viejo, Historia Natural, Libro VII.).

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Catoblepas, Der Naturen Bloeme manuscript, (1350)

Las fuentes antiguas situaban a esta criatura en África, en las cercanías del nacimiento del Nilo. Se trataba de una criatura con una espalda cubierta de escamas para protegerse y que era consciente de su letalidad, el cual utilizaba su poder solo cuando se encontraba acorralado.

La caracterización más completa corresponde a Claudio Eliano, quien sitúa al Catoblepas como un herbívoro letal, localizado en Libia. Aunque nunca vio a esta criatura en persona, sus descripciones provienen de las historias de los viajeros que habían viajado a estas regiones africanas. Eliano describía al Catoblepas como un ser con una complexión similar a la del toro, pero con mucha más fiereza, con unas cejas altas y pobladas. Sus ojos eran pequeños, pero estaban bañados en sangre, mirando siempre hacia la tierra. Su larga melena se asemejaba a las crines de un caballo, cubriéndole los ojos y otorgándole una actitud todavía más intimidante. Se trata de una criatura que se alimentaba de raíces venenosas; y cuyo aliento contaminaba el aire sobre el que pasaba. Aquellos animales que se le acercaban y aspiraban su aliento se ponían tan enfermos que hasta contemplaban la muerte. Alejandro de Mindo fue el primero de los escritores clásicos en hacer referencia a la letalidad de su aliento, idea que retomaría Eliano, mezclándola con metáforas y con recursos literarios fantasiosos.

La ambigüedad de sus descripciones y sus posibles interpretaciones han hecho que no sea una criatura muy tratada desde el mundo académico, a pesar de que sus relatos continuaron en la Edad Moderna mediante las escrituras de Leonardo da Vinci, que habló del Catoblepas en su Cuaderno de Notas:

«Se encuentra en Etiopía cerca del nacimiento del Nigricapo. No es un animal muy grande, no es muy activo, y su cabeza es tan pesada que le cuesta mucho trabajo levantarla, por lo que siempre mira al suelo. De lo contrario sería una gran peste para la humanidad, ya que cualquiera que cruzara su mirada con sus ojos moriría inmediatamente.»

Desde lo fantástico, el Catoblepas fue vinculado con la temática del mal ojo en la época antigua, y fundamentalmente formaba parte de aquella otredad que posteriormente tanto caracterizarían los bestiarios con todo tipo de seres. Pese a esto, sus descripciones no derivaban de ningún recurso literario ni fantasioso, sino que probablemente este ser correspondería al ñu, y su venenoso aliento podría estar vinculado con la enfermedad de la fiebre catarral maligna, virus que generaba infecciones mortales a las especies que entraban en contacto con su portador.

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Historiae naturalis de quadrupedibus, Johannes Jonstonus (1657)

Las interpretaciones del Catoplebas han ido redefiniéndose con el paso del tiempo. Su fiereza y su letalidad resultaban un elemento de contraste con el carácter bondadoso y melancólico al que asociaban a este ser, pues al no apartar su mirada del suelo mostraba como no pretendía hacer daño con su poder mortal. El Catoblepas ha sido utilizado como recurso metafórico (Freán Campo, 2019), pues bajo el principio de “mirar hacia la tierra” su simbología tomaba tres vertientes: la del ser que se alimenta de sí mismo; el análisis de la realidad terrenal y del presente; y la manifestación del poder de levantar la mirada y observar lo que le negaban ver.

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