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El Megaterio, la bestia de las mil formas

La historia del Megaterio es, a la vez, muy parecida y muy diferente a la de otros grandes vertebrados de los que hemos hablado en este bestiario. Al igual que Ganda o Hanno, es un vertebrado de grandes dimensiones que atravesó mares y océanos hasta llegar a la Península Ibérica. No obstante, dos diferencias fundamentales separan a este gigante de aquellos: el tiempo y el estado. Mientras que los paquidermos fueron animales vivos que viajaron en el siglo XVI, el Megaterio realizó su viaje a finales del siglo XVIII, habiendo muerto hace miles de años.

Los huesos del Megaterio fueron encontrados en 1787 en Luján, cerca de Buenos Aires. Tras ser llevados a la capital del virreinato, fueron dibujados por José Custodio Sáa y Faria (derecha). Esta reconstrucción sería la primera imagen de conjunto que se tendría del Megaterio, e inspiraría la futura reconstrucción que tendría lugar en el Real Gabinete de Madrid.

La recreación de esta bestia fue un descomunal ejercicio de imaginación, mucho mayor del que hiciera Durero al dibujar Ganda de oídas. A partir de sus huesos se tenían pocas certezas sobre el animal: medía 4`5 metros (sin contar las extremidades); su enorme cabeza tenía los potentes maxilares de un herbívoro; y sus extremidades estaban rematadas en unas temibles garras. ¿Qué podía ser entonces lo que habían encontrado? ¿Los restos de un felino de grandes dimensiones? ¿Un herbívoro con garras de carnívoro? ¿Un paquidermo? ¿Una quimera?

Una de las primeras hipótesis que se barajó, aunque fuera descartada rápidamente, fue la de que los huesos pertenecieran a un gigante. Tanto los nativos americanos como los colonizadores tenían historias sobre todo tipo de hombres sobredimensionados: "quinametzin", patagones y gigantes preadamitas servían como explicación usual ante el hallazgo de grandes osamentas. Sin embargo, por la propia morfología de la criatura, pronto quedó claro que se trataba de un animal; que este fuera terrestre, acuático o anfibio es otra historia.

En las décadas siguientes, nuestro amigo fue cambiando de forma. Juan Bautista Bru fue quien le dio la forma que puedes ver de fondo; Thomas Jefferson lo identificó como el Megalonyx, "Gran Garra", y lo clasificó como un paquidermo tropical. Quien más se acercó fue Georges Cuvier: no solo afirmó que estos huesos se correspondían con un animal ya extinto (muy a pesar de todos aquellos naturalistas que, en los años siguientes al descubrimiento de los huesos, buscaron un ejemplar de forma incansable en los lugares más recónditos de América); también lo identificó como un edentado, es decir, como un gigantesco familiar de los pangolines, los perezosos, los armadillos y los osos hormigueros, únicos animales que combinaban de igual manera garras y dentadura herbívora.

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Esta gigantesca y quimérica criatura no solo afrontó numerosos cambios de forma: también cambió varias veces de significado.

La Edad Moderna era una época fundamentalmente providencialista: cualquier criatura, animal o humana, tenía una razón de ser dentro del gran plan divino. Si estas criaturas o personas resultaban salirse de la norma, presentando deformidades o cualquier otro tipo de anomalía, eran tratadas como un mensaje divino. La alteridad era una industria comunicativa altamente eficaz.

Siguiendo esta primera interpretación se intentó explicar por primera vez al Megaterio. No obstante, estos huesos eran algo diferente a lo que anteriormente se había explicado con esta visión. Estos huesos procedían de la tierra, de las profundidades: estaban más cerca de la historia de la vida en nuestro planeta y de las dinámicas de evolución y extinción que de las historias de ángeles y seres celestiales. Esta confrontación de posturas llevó a conflictos sobre la interpretación de qué significaba el hallazgo de estos huesos. Pero no fueron las únicas interpretaciones que se dieron.

Thomas Jefferson usó el gigantesco tamaño de la criatura encontrada para relacionarla con otros huesos descomunales hallados en varias partes de EE. UU. Todos estos hallazgos en conjunto alimentaron una teoría política que venía a combatir las visiones negativas sobre el continente americano. Thomas Jefferson se convirtió, así, en un firme defensor de la postura de que América era una suerte de "Tierra Prometida", mucho más rica que el Viejo Mundo, y la prueba de ello era el desproporcionado tamaño que alcanzaban allí algunas de sus criaturas.

Tendrían que pasar varias décadas antes de que Darwin expusiera su teoría de la evolución; y casi un siglo hasta que se explicara la extinción de la megafauna. No obstante, esto no evitó que los naturalistas del siglo XVIII le dieran mil explicaciones diferentes a la bestia de la mil formas.

Los primeros dibujos que se hicieron del perezoso gigante. Tomados de Pimentel (2010), El rinoceronte y el megaterio, Abada Editores, Madrid, páginas 128-129.

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