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La Mantícora y la cosmovisión de los híbridos

La mantícora forma parte de la tipología monstruosa de los híbridos con cabeza humana y cuerpo de animal. Estas criaturas tienen su origen en la India, lugar clave para la cosmovisión de muchas criaturas monstruosas durante la época clásica al tratarse de un territorio que se encontraba en los confines del mundo. De tal manera que se generaron toda una serie de leyendas sobre bestias como la mantícora. Originada desde la mitología persa, y cuyo nombre significa “devoradora de personas”, se insertaría la cultura clásica mediante las escrituras de Ctesias de Cnidos y de Plinio el Viejo, quien describiría a la mantícora en su Historia Natural como un monstruo que poseía: 

“una triple fila de dientes, ojos verdes, rostro y orejas de hombre, color rojo sangre, cuerpo de león, cola de escorpión, voz que parece un concierto de flauta y trompeta de gran rapidez, y que se alimenta de carne humana”.

La mantícora forma parte de la tipología monstruosa de la quimera, al ser un monstruo mitológico puramente híbrido, perteneciendo a la misma familia que los centauros, los sátiros, la esfinge o la hidra. Pese a que las mantícoras no son estrictamente quimeras, comparten su naturaleza confusa y grotesca, pues su complexión se muestra como la mezcla de varios animales, con una complexión que se asemejaba a la del león, el dragón y el escorpión.

Esta categoría monstruosa manifestaba el desorden de la Naturaleza, cuya forma partía inicialmente del hombre, del animal o de la planta como un ser perfecto creado por Dios. Para los autores clásicos y medievales, que estos monstruos se alejaran parcialmente del orden de la Naturaleza suponía una desemejanza de la imagen divina. De tal manera que sería su deformidad y su rareza la que definiría a estas criaturas como el enemigo de lo bello y de lo natural, con autores como Dante que consideraron a las mantícoras y a otras criaturas híbridas como la encarnación del diablo.

Hasta pasado el siglo XVI estos monstruos siguieron siendo percibidos como criaturas ambiguas, cuya monstruosidad contrastaba con el orden divino impuesto por Dios. Por otro lado, criaturas como la mantícora se instalarían en el imaginario moderno como unos seres monstruosos que reflejaban también un carácter simbólico y moralizante: la mantícora sería asociada a lo demoniaco, como reflejo del pathos, como un mal que devora y causa estragos, pero que cautiva a aquel que lo observa. Pues desde la Baja Edad Media estos monstruos pasaron a ser percibidos como prodigios y signos premonitorios, al ser criaturas creadas por Dios que siguen el curso impuesto por la Naturaleza.

A comienzos del siglo XVII, Edward Topsell describió en su obra The History of Four-footed Beasts (1607) a la mantícora como un ser de gran tamaño criado en la India, con una triple hilera de dientes, cuyo tamaño y patas se asemejaban a las de un león, pero con rostro y oídos humanos. Con ojos grises y de color rojizo, su cola era como la de un escorpión, con un aguijón con el que lanzaba púas puntiagudas y afiladas. Su voz se asemejaba a la de una trompeta o flauta, siendo tan rápida como un ciervo. Describe a la mantícora como un ser cuya naturaleza salvaje había evitado su domesticación, pues se alimentaba de carne humana. Su complexión física le permitía saltar y correr con velocidad, convirtiéndola en una presa complicada. Su cola le permitía herir a los cazadores desde cualquier dirección y cuando lanzaba sus púas pronto le crecían nuevas, aumentando su letalidad. Relata también que, aunque la India estaba llena de bestias salvajes, ninguna de ellas era devoradora de hombres como la mantícora. 

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Mantícora (Bestiario de Oxford, s. XIII)

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Mantícora (Edward Topsell, 1607)

Respecto a la interpretación que se le da a la existencia de estas criaturas, en el siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII persistió la creencia por parte de intelectuales como Ambroise Paré de que su existencia se debía a aquellos que habían cometido el pecado del bestialismo. Otros, mediante la herencia aristotélica, perpetuaron la idea de que estos híbridos se originaban únicamente por la acción de los hombres. Torquemada afirmaba a mediados del siglo XV:

 

“Yo siempre he oydo que basta solamente la simiente del varón para engendrar, y que no es necesario que concurra también la de muger y así lo asiente Aristóteles”.

Por otro lado, una segunda vertiente otorgaba la existencia de estas criaturas a la intervención divina, perpetuando las creencias medievales que afirmaban que Dios habría permitido la unión entre estos seres. Ante esto, Parés reafirmaba que la causa residía en la cólera divina por cometer pecados como el bestialismo o la lujuria excesiva. Aunque no fueron los únicos planteamientos, incluso había intelectuales que afirmaban que era desde la putrefacción donde se originaban las especies monstruosas.

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