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Los cinocéfalos y los puentes del lenguaje 

El origen de los cinocéfalos data de la Edad Antigua, situándose en un lugar privilegiado del imaginario europeo por ser hombres con cabeza de perro cuya relación con el lenguaje les convertiría en los intermediarios entre el mundo humano y el animal. 

Las primeras descripciones se remontan a Ctesias de Cnido, Megástenes y a las historias de viajeros que afirmaban la existencia de una tribu india y africana de hombres con cabeza de perro que llegaban a vivir hasta 200 años, imaginario que se extendería desde Europa a Oriente:

“En las montañas hay hombres con cabeza de perro. Se visten de pieles de animales salvajes, y no hablan lengua alguna, sino que ladran como perros y de alguna manera se entienden entre ellos. Tienen dientes más grandes que los perros, y uñas como las de los perros, aunque más anchas y redondas. Entienden el lenguaje de los Indianos, pero no saben contestar. Por el contrario, ladran y hacen señas con las manos y dedos, como mudos”. (Cnidos, s. V a.C.).

El imaginario del cinocéfalo se perpetuó durante la Edad Media, separándose en dos visiones: la primera afirmaba que eran criaturas salvajes y brutales que se comunicaban mediante ladridos y que escupían fuego por la boca. Esta imagen fue perpetuada por Marco Polo, quien en el siglo XIII los describía como:

“Hombres con cabeza y dientes de perro, parecen enormes mastines. Son muy crueles y antropófagos y se comen a cuantos hombres prenden que no sean de sus gentes”

La segunda visión, sin embargo, consideraba al cinocéfalo como la raza monstruosa más humana, presentada como un ser sociable asemejada a los mercaderes, al ser un monstruo que poseía el don de la palabra. La vertiente que apostaba por su humanidad haría que el cinocéfalo representase a figuras eclesiásticas como san Cristóbal, el patrón de los viajeros cuya relación con la muerte le permitía establecer un diálogo con Dios.

La tradición de los cinocéfalos llegaría hasta el Renacimiento mediante dos vertientes: la perpetuada desde el Roman d’Alexandre, que afirmaba su presencia en el Lejano Oriente como “la exasperación monstruosa de los pueblos bárbaros”, como un pueblo bandido de la cristiandad y la antítesis de la civilización ordenada.

Por otro lado, al tratar de crear un puente entre la tradición clásica y el Renacimiento, se incluyeron algunas de las viejas genealogías monstruosas entre las que figuraban los cinocéfalos. Formando parte del saber hermético, estas criaturas pasaron de ser consideradas como un elemento de la naturaleza a convertirse en un factor cultural. En este traspaso figura el santo cinocéfalo, el cual era comprendido como un ser que actúa como intermediario entre el ser humano y el resto de las criaturas antropomórficas y como un intérprete de la palabra de Dios para aquellos que residían en las fronteras de la tierra.

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San Cristóbal cinocéfalo (Escuela de Asia Menor, s. XVII)

La cuestión lingüística sería una pieza fundamental para la comprensión de las relaciones de poder en el Nuevo Mundo, pues los aventureros y conquistadores trataron de imponer su lengua, identificando los idiomas locales como bárbaros. Esto se debe a que con la llegada de Cristóbal Colón al nuevo continente, este trató de justificar la barrera lingüística entre los indígenas y los europeos mediante el imaginario del cinocéfalo. Por otro lado, los misioneros trataron de comprender las lenguas indígenas para establecerse como los mediadores y difusores de la palabra de Dios, evocando la imagen del santo cinocéfalo.

Sería en la Edad Moderna cuando el cinocéfalo pierda su dimensión física, siendo sustituido por el simio, que sería asociado a los habitantes del Nuevo Mundo con sus características de lo salvaje y lo demoniaco. Por lo que sería a comienzos del siglo XVI cuando comienza a gestarse la mirada occidental en torno a lo salvaje, entre lo monstruoso y lo sabio del Nuevo Mundo. De tal manera que el imaginario físico del cinocéfalo quedaría relegado a su representación en el arte, como un factor residual del imaginario europeo, pues los nuevos descubrimientos geográficos y el empirismo renacentista reducirían a algunas de estas criaturas a lo nostálgico; mientras que lo que se perpetuaría sería su dimensión metafórica como evocadora del lenguaje y de la palabra de Dios.

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